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HISTORIA DE UN MURAL “EL QUIJOTE Y SANCHO PANZA”

 Devolviéndonos en el tiempo y haciendo un poco de memoria, vuelven al escenario de la vida colegial algunos recuerdos y experiencias entrañables, que desde ese momento enriquecerían nuestro ambiente pedagógico y que serían luego sellos auténticos del entorno cultural y creativo de nuestro IPN.

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Tomando como referencia histórica la época en que se encontraba de Director el profesor José Vicente Avella, podemos evocar uno de aquellos días que precedían al 23 de abril del año 1992, es decir, durante las vísperas de la celebración del día del idioma. Veo -como si fuera ayer- a nuestra querida amiga y compañera, la profesora María Fernanda Arenas (en ese entonces Jefe del área de las asignaturas de Artes Plásticas, Danza y Teatro), recuerdo cómo se desplazaba por el patio central del colegio con unos pliegos de papel blanco debajo de su brazo izquierdo, que dejaban ver una serie de líneas que parecían y sugerían figuras animadas y apenas esbozadas de alguna tarea gráfica por realizar, y en su otra mano, una regla de un metro y medio aproximadamente.

 

Mi dinámica jefe y amiga expresaba una intención posiblemente creativa muy parecida a la de su manera de ser: acelerada y de gran afán en sus decisiones y realizaciones prácticas. Ella, con su figura alegre y bella, dejaba ver una desbordante intención que quizás era la de buscar un lugar plano en donde extender esas enormes láminas de estudios gráficos, que serían los bocetos iniciales que precedían a las líneas definitivas de un trabajo pictórico definido y que daría como resultado una idea lúdica e ilustrativa, discutida y generada dentro de la reunión de área de esa semana y hecha realidad en uno de los muros más importantes del patio central del colegio.

Las maniobras de desplazamiento y búsqueda por el patio y por los corredores del colegio de mi compañera y jefe manifestaban la intención de cumplir con la misión de poder hallarme en algunos de los salones, en donde quizás yo me encontraba dictando clase. Su cometido da resultado y con su bella voz, contundente y sonora con la cual siempre se ha caracterizado, se oye la siguiente frase: “Profesor Gustavin: lo necesito inmediatamente en el Patio Central… ¡Ya!”.

 

No hay tiempo para vacilar ante tan importante llamado; por lo tanto, en ese momento y espacio, mis alumnos que realizaban labores pictóricas ante sus caballetes, con unas sonrisas cómplices me dicen: “tranquilo profe…. Ve, porque la jefe te necesita urgente...! Entonces con un puñado de pinceles y lápices en mi mano, presintiendo la labor artística y extensa que nos esperaba, emprendo el camino rumbo al patio con una dosis suficiente de alegría y paciencia artística.

 

La profesora María Fernanda se encuentra en la mitad del patio con los bocetos sobre el piso y con gran curiosidad me insinúa: “Bueno, Gus: necesito opiniones y quiero intervención de tu ojo de dibujante, ¿qué opinas?”. Durante unos instantes observo la composición detenidamente y en seguida solo apunto a calcular y medir algunos grados sobre las proporciones, entonces le propongo a Mafe pegar las láminas sobre la pared propuesta, con la intención de visualizarlas en su dimensión real de manera vertical, como se debiera observar un mural originalmente. El cambio de perspectiva y la nueva acción de observación, conducen a una mejor dimensión visual muy positiva, dejando ver las figuras por completo en su dimensión real, entonces sus correcciones se producen entre una inicial y amena discusión técnica y gráfica.

 

Después de un largo rato de trazos y borrones, las figuras se reinventan y su expresión -que conserva una intención ilustrativa del tema propuesto- se definen en un retrato animado y medio caricaturesco de las dos figuras más conocidas de la lengua española en toda su historia: “Don Quijote de la Mancha y su escudero y compañero, Sancho Panza”

“Ya está, este tiene que ser”. Con mucha seguridad y alegría me dice María Fernanda dando varios pasos atrás, observando la pared desde la mitad del patio. Entonces con su manera boyacense y medio llanera de ser, me dice en voz alta: “Chino, es hora de echarle color a esta vaina”. Sin vacilar yo doy la vuelta y emprendo camino hacia la oficina de Artes en la búsqueda y la tarea inmediata de traer los frascos de vinilos de colores, los pinceles, los trapos y los recipientes dispuestos para tan laboriosa e interesante tarea plástica e ilustrativa.

 

A partir de ese momento y durante bastantes horas de trabajo ameno y pictórico, compartido también en algunas ocasiones por la profesora Rosario del área de Artes Plásticas y bajo la compañía de muchos tintos, bocados, anécdotas, chistes no tan amarillos verdosos como los del campo del trigal pintado en el paisaje, y otros comentarios o apuntes técnicos sobre la teoría del color, la figura humana, que luego le darían una mejor expresión a las formas desgarbadas del hidalgo y del panzón entrañable, el mural va tomando colorido y forma, ante la presencia casual de algunos curiosos alumnos y profesores que durante los recreos se acercan a gozar del éxtasis que se produce al ver pintar.

 

Detalles gráficos y aportes pictóricos van y vienen: el árbol rojo sin hojas visitado por la urraca solitaria, los molinos tan característicos en los campos de España, la carreta antigua llena de trigo, el cielo fortalecido por el viento imaginario y las nubes que le imponen una dimensión de profundidad a su compañero, el paisaje que lleno de montañas lejanas y distantes le dan un toque de inmensidad, el camino de herradura que divide la llanura, las jocosas figuras animadas de Rocinante y el desparpajado burro gris, el Sancho regordete que es intervenido de manera intencional e irreverente con el rostro de GABO y la principal y famosa figura gigante de nuestro romántico Don Quijote, que se dispone en todo el centro de la composición, quizás de manera casual y no planeada. Y entre otras anécdotas, el apunte burlesco y alegre de nuestro rector José Vicente al reclamarme que su rostro es tomado como modelo sin su permiso para ser plasmado en la elegante, barbada y bella caricatura de la cara del hidalgo.

 

El día esperado se llega y con las miradas clavadas en el muro, aparece la pregunta constante de los artistas ante su obra: “¿Ya está terminada o falta algo por agregar o corregir? Un rato de silencio y un cruce de miradas entre satisfechas e inquietantes traduce un sonoro “¡Deje así!, ¡Ya… Ni un pincelazo más!”. Entonces ante la mirada de todos los testigos convocados, de manera mágica y colorida, aparecen plasmadas en el muro del gimnasio las figuras que por durante muchos años y en el tiempo, serían la compañía visual y cómplice de nuestro patio central, durante los días del idioma celebrados desde entonces.

 

Como si fuera un elemento vivo y sensible a la vejez, este trabajo ha tenido varias restauraciones intervenidas con gran cariño por parte de nuestras manos, las cuales han permitido su prolongación en el tiempo y su rejuvenecimiento plástico, sin que se dé la triste noticia de su deterioro y desaparición. Vendrán algunas más y con mucho entusiasmo, alumnos y profesores tendrán un motivo lúdico, pedagógico y cultural de reunión y trabajo al compás de los pinceles y las pinturas, animados con la compañía de nuevas viandas, tintos y anécdotas que siempre lo engalanarán. 

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Por: Gustavo Suescún

Docente de Artes Plásticas IPN

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